La siesta del monte se
arrullaba con el sonido de las semillas, el crujido de las ramas y hojas secas,
el tac tac de las langostas y el largo largo canto de las chicharras que lo
cubría todo, como si extendiera una tela liviana.
Los árboles estaban ocupados en
dar frutas. Los animales las comían y todos estaban contentos. Todos menos el
tapir, que andaba siempre rezongando y levantando tierra al trotecito.
En medio de uno de sus
rezongados paseos, el tapir encontró un chañar muy grande en el que brillaban
las frutas ya pintonas.
-Lindas frutas- dijo el tapir-
Son mías. Me quedaré a cuidarlas hasta que maduren.
Se acostó a dormir la siesta
mientras las frutas iban tomando color.
En eso pasó el tatú, que daba
una vueltita por el monte con su amiga la tacuarita. Como siempre, del suelo al
tatú y del tatú a la rama, la tacuarita cantaba:
Debajo de la nariz, chuic, chuic,
Se acuesta a dormir la boca, chuic, chuic,
No puede agarrar el sueño, chuic, chuic,
Porque la sombra es muy poca.
El tapir dio unas cuantas
vueltas muy molesto diciendo al tatú y a la tacuarita:
-Chist! Chist! Con tanto
batifondo no dejan madurar mis frutas!
-¿Qué frutas?- preguntó el
tatú, que ya las había visto muy bien y tenía unas ganas bárbaras de probarlas.
-Las que están colgadas de mi
árbol- contestó, pateando, el tapir. –Están por madurar y ustedes me las
distraen con tanto bochinche!
-Bah!- dijo el tatú-Don tapir,
usted no va a poder comer esas frutas porque no puede bajarlas. No debe saber
cómo.
-Que no sé cómo bajarlas?-dijo
el tapir resoplando- Que no sé bajar mis frutas de mi árbol? Miren, si es que
creen eso!
Al trote el tapir tomó
distancia como para darle un buen cabezazo al arbolito.
-Espere don tapir!- dijo el
tatú- vamos a ponerle una bandeja a las pobres frutas para que no se llenen de
tierra.
Y con la tacuarita extendieron
debajo del árbol grandes hojas de bananero que hacían un abanico muy fresco. El
tapir dio unos terribles topetazos al tronco. El árbol tembló un poco y top
top, una lluvia de bolitas doradas y cobrizas cayó sobre las hojas de bananero.
El tapir se puso a comerlas muy
apurado. Mientras, el tatú y la tacuarita lo miraban con cara de hambre.
-Qué miran?- les preguntó con
rabia.
-Lo incómodo que come aquí, de
este lado del río. Por qué no cruza y se va a comer a su casa?- dijo el tatú.
-Si, señor! Me voy para mi
casa. No hay como la casa de uno- afirmó el tapir, y arrastró hasta la orilla
del río la hermosa bandeja verde.
Pero ahí se paró, porque no
sabía nadar bien. Y menos, cruzar el río cargado de frutas.
El tatú y la tacuarita, que lo
habían seguido con los ojos bailando de picardía, le dijeron:
-Oiga, don, nosotros sabemos
cruzar cualquier carga.
El tapir, sin pensarlo dos
veces, acomodó la bandeja de frutas sobre el tatú diciéndole:
-Vaya, m`hijo,
espéreme del otro lado. Y no toque nada! Entendió? Yo iré por el vado porque me
da mucho menos trabajo.
El tatú y la tacuarita
partieron atravesando el ancho rio, mientras el tapir buscaba el vado.
Esa tarde, el tatú y todos los
pájaros comieron frutas servidas en una fresca hoja de bananero. Porque apenas
se fue el tapir, el tatú se fue a la misma orilla de la que había partido y
silbó llamando a los pájaros.
Sobre la arena quedó, vacía, la
bandeja que parecía unabanico.
Y cuentan los habitantes del
monte que, cuando el tapir llegó al otro lado del río y no encontró a nadie, se
convirtió en una tormenta de patadas. Levantaba remolinos de arena mientras
gruñía:
-Si lo agarro, lo hago barro!
Si lo agarro, lo hago barro!!
Mientras tanto, muchos árboles
estaban ocupados en dar frutas en casi todos los lugares del monte, sin hacerle
demasiado caso.
Del libro ¨Cuentos en
tren¨ Laura Devetach
Publicado por Laura Robledo
Publicado por Laura Robledo
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