Era un Lobo, y estaba tan flaco, que no tenía más que piel y huesos: tan vigilantes andaban los perros del ganado. Encontró a un Mastín, rollizo y lustroso, que se había extraviado. A Cometerlo y destrozarlo, es cosa que hubiese hecho de buen grado el señor Lobo; pero había que emprender singular batalla, y el enemigo tenía trazas de defenderse bien. El Lobo se le acerca con la mayor cortesía, entabla conversación con él, y le felicita por sus buenas carnes. “No estáis tan lúcidos como yo, porque no queréis, contesta el Perro: dejad el bosque; los vuestros, que en él se guarecen, son unos desdichados, muertos siempre de hambre. ¡Ni un bocado seguro! ¡Todo a la ventura! ¡Siempre al atisbo de lo que caiga! Seguidme, y tendréis mejor vida”. Preguntó el Lobo: “¿Y qué tendré que hacer? –Casi nada, repuso el Perro: acometer a los pordioseros y a los que llevan bastón o garrote; acariciar a los de casa, y complacer al amo. Con tan poco como es esto, tendréis por gajes buena pitanza, las sobra...
Blog de Estudiantes del Instituto Superior de Formación Docente Nº 166 de Tandil de la carrera Tecnicatura Superior en Bibliotecología