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Cuento ¨Una bandeja de frutas¨ de Laura Devetach

Una bandejade frutas

La siesta del monte se arrullaba con el sonido de las semillas, el crujido de las ramas y hojas secas, el tac tac de las langostas y el largo largo canto de las chicharras que lo cubría todo, como si extendiera una tela liviana.
Los árboles estaban ocupados en dar frutas. Los animales las comían y todos estaban contentos. Todos menos el tapir, que andaba siempre rezongando y levantando tierra al trotecito.
En medio de uno de sus rezongados paseos, el tapir encontró un chañar muy grande en el que brillaban las frutas ya pintonas.
-Lindas frutas- dijo el tapir- Son mías. Me quedaré a cuidarlas hasta que maduren.
Se acostó a dormir la siesta mientras las frutas iban tomando color.
En eso pasó el tatú, que daba una vueltita por el monte con su amiga la tacuarita. Como siempre, del suelo al tatú y del tatú a la rama, la tacuarita cantaba:

Debajo de la nariz, chuic, chuic,
Se acuesta a dormir la boca, chuic, chuic,
No puede agarrar el sueño, chuic, chuic,
Porque la sombra es muy poca.

El tapir dio unas cuantas vueltas muy molesto diciendo al tatú y a la tacuarita:
-Chist! Chist! Con tanto batifondo no dejan madurar mis frutas!
-¿Qué frutas?- preguntó el tatú, que ya las había visto muy bien y tenía unas ganas bárbaras de probarlas.
-Las que están colgadas de mi árbol- contestó, pateando, el tapir. –Están por madurar y ustedes me las distraen con tanto bochinche!
-Bah!- dijo el tatú-Don tapir, usted no va a poder comer esas frutas porque no puede bajarlas. No debe saber cómo.
-Que no sé cómo bajarlas?-dijo el tapir resoplando- Que no sé bajar mis frutas de mi árbol? Miren, si es que creen eso!
Al trote el tapir tomó distancia como para darle un buen cabezazo al arbolito.
-Espere don tapir!- dijo el tatú- vamos a ponerle una bandeja a las pobres frutas para que no se llenen de tierra.
Y con la tacuarita extendieron debajo del árbol grandes hojas de bananero que hacían un abanico muy fresco. El tapir dio unos terribles topetazos al tronco. El árbol tembló un poco y top top, una lluvia de bolitas doradas y cobrizas cayó sobre las hojas de bananero.
El tapir se puso a comerlas muy apurado. Mientras, el tatú y la tacuarita lo miraban con cara de hambre.
-Qué miran?- les preguntó con rabia.
-Lo incómodo que come aquí, de este lado del río. Por qué no cruza y se va a comer a su casa?- dijo el tatú.
-Si, señor! Me voy para mi casa. No hay como la casa de uno- afirmó el tapir, y arrastró hasta la orilla del río la hermosa bandeja verde.
Pero ahí se paró, porque no sabía nadar bien. Y menos, cruzar el río cargado de frutas.
El tatú y la tacuarita, que lo habían seguido con los ojos bailando de picardía, le dijeron:
-Oiga, don, nosotros sabemos cruzar cualquier carga.
El tapir, sin pensarlo dos veces, acomodó la bandeja de frutas sobre el tatú diciéndole:
-Vaya, m`hijo, espéreme del otro lado. Y no toque nada! Entendió? Yo iré por el vado porque me da mucho menos trabajo.
El tatú y la tacuarita partieron atravesando el ancho rio, mientras el tapir buscaba el vado.
Esa tarde, el tatú y todos los pájaros comieron frutas servidas en una fresca hoja de bananero. Porque apenas se fue el tapir, el tatú se fue a la misma orilla de la que había partido y silbó llamando a los pájaros.
Sobre la arena quedó, vacía, la bandeja que parecía unabanico.
Y cuentan los habitantes del monte que, cuando el tapir llegó al otro lado del río y no encontró a nadie, se convirtió en una tormenta de patadas. Levantaba remolinos de arena mientras gruñía:
-Si lo agarro, lo hago barro! Si lo agarro, lo hago barro!!
Mientras tanto, muchos árboles estaban ocupados en dar frutas en casi todos los lugares del monte, sin hacerle demasiado caso.

Del libro ¨Cuentos en tren¨  Laura Devetach

Publicado por Laura Robledo

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